En este 17 de abril, Día Internacional del Prisionero Político, elevando voces y puños, reivindicamos nuestra lucha revolucionaria al servicio del proletariado y el pueblo junto a los miles de prisioneros políticos de todos los rincones de la Tierra que, sin doblar las rodillas y con la cabeza erguida, enfrentan cárcel, tortura y muerte conquistando nuevas victorias.
Saludamos a todos los presos políticos revolucionarios del mundo, su organización y lucha, así como a familiares, abogados y amigos, la fuerza constante que nos defiende y anima en la lucha por nuestros ideales.
Herederos de la tradición comunista y revolucionaria de los presos políticos del mundo que nos antecedieron, los prisioneros políticos y prisioneros de guerra del Perú, partícipes y hacedores de la guerra popular iniciada en 1980, transformamos las mazmorras de la reacción peruana en Luminosas Trincheras de Combate, ejemplo de lo que son capaces los combatientes armados con el marxismo-leninismo-maoísmo, pensamiento gonzalo.
Combatiendo los planes de la reacción, movilizando a las masas y produciendo para nuestro autosostenimiento, los prisioneros, aun estando encarcelados, nos forjamos en el estudio y la lucha prosiguiendo nuestro servicio al pueblo y la revolución.
En 1985 sufrimos el primer genocidio en la prisión de Lurigancho. Con alevosía y ventaja, las fuerzas represivas atacaron el pabellón de los presos políticos, quienes resistimos y combatimos en defensa de la moral del proletariado y la revolución. El pabellón fue destruido, y treinta de nuestros aguerridos compañeros fueron asesinados, muchos de ellos quemados vivos con bombas incendiarias. Aun así, la Trinchera fue rehecha y desarrollada a más alto nivel.
En 1986, ante el inminente genocidio del gobierno de turno, los prisioneros nos rebelamos en El Frontón, Lurigancho y Callao, las tres prisiones de Lima, en defensa de la revolución y de nuestras propias vidas. La heroicidad ejemplar de nuestros camaradas y compañeros estremeció al mundo. La resistencia feroz de los combatientes en la prisión de la isla de El Frontón enfrentó la metralla, granada, cañoneo, bombardeo por aire, tierra y mar, el fusilamiento de los sobrevivientes, el remate de heridos y la demolición del pabellón de prisioneros. En Lurigancho, la férrea resistencia acabó con la muerte de todos los prisioneros políticos, la gran mayoría asesinados con un tiro en la sien. En el Callao, la resistencia de nuestras valientes compañeras nos costó sangre y vidas.
250 preciados héroes, cayeron inmolados por la causa de la revolución. Pero no nos derrotaron. Obtuvimos una victoria política, militar y moral que se saldó con miles de nuevos combatientes que se incorporaron a la revolución, quedando establecido el 19 de junio como el Día de la heroicidad, fecha gloriosa de la revolución peruana.
En 1992 se desenvolvió un tercer genocidio contra nuestros compañeros de Canto Grande. Aplicando resistencia heroica y la experiencia acumulada, resistimos cuatro días de combate, hasta el momento en que nuestros dirigentes, tomados de la mano y cantando La Internacional, salieron a enfrentar la fusilería entregando sus preciosas vidas, para defender la del resto del contingente. Fueron asesinados cerca de cincuenta prisioneros, hombres y mujeres, pero no se frenó la revolución que prosiguió hasta alcanzar su punto más alto.
La sangre de estos tres genocidios no ahogó la revolución, solo la regó para que floreciera más brillante.
Culminada la guerra interna, prosiguió la lucha política en nuevas condiciones. Los prisioneros políticos, sin arrepentirnos jamás, defendemos lo que hicimos ayer y lo que hacemos hoy porque es lo que sirve a nuestro pueblo.
La guerra terminó hace 28 años. Los prisioneros políticos y de guerra hemos enfrentado la prisión a pie firme. Muchos lograron su libertad, algunos entregaron sus vidas en el camino, y otros, entre ellos los dirigentes, seguimos asumiendo el costo que la reacción peruana, con odio, venganza y ceguera política, sigue aplicando.
Con la implementación del Derecho Penal del Enemigo que criminaliza la lucha popular, nuevos contingentes de prisioneros políticos han llegado a las cárceles del país. En particular, la llegada de los compañeros de la operación Olimpo expresa la lucha infatigable de nuestro pueblo, que sigue y seguirá pariendo comunistas y revolucionarios, hasta acabar con la explotación capitalista y construir el socialismo en nuestra patria.
En el bicentenario de la independencia el pueblo sufre la persecución política y el asesinato impune con el covid-19, en medio de la crisis general y descomposición del Estado. La necesaria democratización de la sociedad peruana exige la libertad de los presos políticos y prisioneros de guerra como parte de resolver los problemas derivados de la guerra popular acabada hace 28 años.
Demandamos que en este Bicentenario, la persecución política llegue a su fin.
Exigimos el fin de la cárcel tortura de la Base Naval del Callao y la libertad de Abimael Guzmán Reinoso, comunista inquebrantable de 85 años de edad, preso en aislamiento absoluto hace 29 años, ejemplo inalterable de firmeza y convicción.
Exigimos la libertad de Elena Yparraguirre y las prisioneras políticas, ejemplos de la heroica mujer peruana.
Exigimos la libertad de cientos de prisioneros políticos, incluidos los de la operación Olimpo, consecuentes luchadores por la justicia y emancipación de nuestro pueblo.
Los prisioneros políticos del Perú reafirmamos nuestro compromiso indeclinable de seguir defendiendo los derechos del pueblo y luchar por un nuevo mundo sin opresión ni explotación capitalista.
En prisión o en libertad, en el Perú o en el exilio, sanos o enfermos, jóvenes o viejos, los prisioneros políticos mantendremos en alto la bandera, sirviendo al pueblo de todo corazón.
Saludamos a todos los presos políticos revolucionarios del mundo, su organización y lucha, así como a familiares, abogados y amigos, la fuerza constante que nos defiende y anima en la lucha por nuestros ideales.
Herederos de la tradición comunista y revolucionaria de los presos políticos del mundo que nos antecedieron, los prisioneros políticos y prisioneros de guerra del Perú, partícipes y hacedores de la guerra popular iniciada en 1980, transformamos las mazmorras de la reacción peruana en Luminosas Trincheras de Combate, ejemplo de lo que son capaces los combatientes armados con el marxismo-leninismo-maoísmo, pensamiento gonzalo.
Combatiendo los planes de la reacción, movilizando a las masas y produciendo para nuestro autosostenimiento, los prisioneros, aun estando encarcelados, nos forjamos en el estudio y la lucha prosiguiendo nuestro servicio al pueblo y la revolución.
En 1985 sufrimos el primer genocidio en la prisión de Lurigancho. Con alevosía y ventaja, las fuerzas represivas atacaron el pabellón de los presos políticos, quienes resistimos y combatimos en defensa de la moral del proletariado y la revolución. El pabellón fue destruido, y treinta de nuestros aguerridos compañeros fueron asesinados, muchos de ellos quemados vivos con bombas incendiarias. Aun así, la Trinchera fue rehecha y desarrollada a más alto nivel.
En 1986, ante el inminente genocidio del gobierno de turno, los prisioneros nos rebelamos en El Frontón, Lurigancho y Callao, las tres prisiones de Lima, en defensa de la revolución y de nuestras propias vidas. La heroicidad ejemplar de nuestros camaradas y compañeros estremeció al mundo. La resistencia feroz de los combatientes en la prisión de la isla de El Frontón enfrentó la metralla, granada, cañoneo, bombardeo por aire, tierra y mar, el fusilamiento de los sobrevivientes, el remate de heridos y la demolición del pabellón de prisioneros. En Lurigancho, la férrea resistencia acabó con la muerte de todos los prisioneros políticos, la gran mayoría asesinados con un tiro en la sien. En el Callao, la resistencia de nuestras valientes compañeras nos costó sangre y vidas.
250 preciados héroes, cayeron inmolados por la causa de la revolución. Pero no nos derrotaron. Obtuvimos una victoria política, militar y moral que se saldó con miles de nuevos combatientes que se incorporaron a la revolución, quedando establecido el 19 de junio como el Día de la heroicidad, fecha gloriosa de la revolución peruana.
En 1992 se desenvolvió un tercer genocidio contra nuestros compañeros de Canto Grande. Aplicando resistencia heroica y la experiencia acumulada, resistimos cuatro días de combate, hasta el momento en que nuestros dirigentes, tomados de la mano y cantando La Internacional, salieron a enfrentar la fusilería entregando sus preciosas vidas, para defender la del resto del contingente. Fueron asesinados cerca de cincuenta prisioneros, hombres y mujeres, pero no se frenó la revolución que prosiguió hasta alcanzar su punto más alto.
La sangre de estos tres genocidios no ahogó la revolución, solo la regó para que floreciera más brillante.
Culminada la guerra interna, prosiguió la lucha política en nuevas condiciones. Los prisioneros políticos, sin arrepentirnos jamás, defendemos lo que hicimos ayer y lo que hacemos hoy porque es lo que sirve a nuestro pueblo.
La guerra terminó hace 28 años. Los prisioneros políticos y de guerra hemos enfrentado la prisión a pie firme. Muchos lograron su libertad, algunos entregaron sus vidas en el camino, y otros, entre ellos los dirigentes, seguimos asumiendo el costo que la reacción peruana, con odio, venganza y ceguera política, sigue aplicando.
Con la implementación del Derecho Penal del Enemigo que criminaliza la lucha popular, nuevos contingentes de prisioneros políticos han llegado a las cárceles del país. En particular, la llegada de los compañeros de la operación Olimpo expresa la lucha infatigable de nuestro pueblo, que sigue y seguirá pariendo comunistas y revolucionarios, hasta acabar con la explotación capitalista y construir el socialismo en nuestra patria.
En el bicentenario de la independencia el pueblo sufre la persecución política y el asesinato impune con el covid-19, en medio de la crisis general y descomposición del Estado. La necesaria democratización de la sociedad peruana exige la libertad de los presos políticos y prisioneros de guerra como parte de resolver los problemas derivados de la guerra popular acabada hace 28 años.
Demandamos que en este Bicentenario, la persecución política llegue a su fin.
Exigimos el fin de la cárcel tortura de la Base Naval del Callao y la libertad de Abimael Guzmán Reinoso, comunista inquebrantable de 85 años de edad, preso en aislamiento absoluto hace 29 años, ejemplo inalterable de firmeza y convicción.
Exigimos la libertad de Elena Yparraguirre y las prisioneras políticas, ejemplos de la heroica mujer peruana.
Exigimos la libertad de cientos de prisioneros políticos, incluidos los de la operación Olimpo, consecuentes luchadores por la justicia y emancipación de nuestro pueblo.
Los prisioneros políticos del Perú reafirmamos nuestro compromiso indeclinable de seguir defendiendo los derechos del pueblo y luchar por un nuevo mundo sin opresión ni explotación capitalista.
En prisión o en libertad, en el Perú o en el exilio, sanos o enfermos, jóvenes o viejos, los prisioneros políticos mantendremos en alto la bandera, sirviendo al pueblo de todo corazón.
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