ACERCA
DEL“TERRORISMO” Y LA GUERRA DE BAJA INTENSIDAD
1) CÓMO CALIFICAN LAS CLASES
DOMINANTES A LOS REVOLUCIONARIOS Y A LA REVOLUCIÓN
La
entraña de las clases dominantes de todos los tiempos es similar cuando
condenan a los revolucionarios y a la revolución. Son similares sus
calificativos, llenos de odio, contra quienes se levantan con el objetivo de
destruir el sistema de explotación y opresión; similares sus calificativos a
las acciones realizadas por los revolucionarios; y similares los objetivos que
pretenden alcanzar con las sentencias que les imponen en caso de derrotarlos. A
modo de ejemplo, tomemos un hecho de nuestra historia.
Como
se puede leer en la sentencia pronunciada por el visitador José Antonio de
Areche, Túpac Amaru, su esposa, hijos y principales dirigentes de la
sublevación fueron calificados de “traidores”, “viles insurgentes”, de autores “de innumerables estragos,
insultos, horrores, robos, muertes, estupros, violencias inauditas, profanación
de iglesias, vilipendio de sus ministros, escarnio...”. Calificaron la rebelión de “inicua y perversa”. Y los
sentenciaron por “el horrendo crimen de rebelión o alzamiento general de los indios, mestizos y otras
castas”; por haber privado a las
autoridades colonialistas “de sus más particulares prerrogativas y poder” y
haberlas desconocido y quitarles “los repartimientos o comercio permitido por
tarifa a sus jueces”; por extinguir “las aduanas reales y otros derechos que
llamaba injustos”; por quemar “los obrajes, aboliendo las gracias de mitas, que
conceden las leyes municipales a sus respectivos destinos”; porque “sublevaba
con este miedo y sus diabólicas ofertas las poblaciones y provincias,
substrayendo a sus moradores de la obediencia justa de su legítimo y verdadero
Señor, aquel que está puesto por Dios mismo para que las mande en calidad de
soberano […]haciéndoles creer que era justa la causa que defendía”. Es decir, fueron sentenciados por haberse
rebelado contra un sistema explotador y opresor e intentar instaurar uno en
beneficio de las mayorías.
Areche
dice que la condena tiene el objetivo de evitar: “las varias ideas [de rebelión] que se han extendido entre casi toda la
nación de los indios”; y como “remedios que exige de pronto la quietud de estos
territorios […] y la justa subordinación a Dios, al Rey y a sus ministros”. Y
condena a José Gabriel Túpac Amaru a presenciar la ejecución pública de su
esposa, Micaela Bastidas, de sus hijos Hipólito y Fernando Túpac Amaru, de su
tío, Francisco Túpac Amaru, de su cuñado Antonio Bastidas, y de “algunos de los
principales capitanes y auxiliadores”, para luego ser descuartizado por cuatro
caballos. Esta horrenda sentencia de escarmiento, con todas sus
atrocidades, fue llevada a cabo al pie de la letra el 18 de mayo de 1781.
Pero,
contra los sueños de quienes los mataron, el movimiento que comandó Túpac Amaru
resquebrajó el dominio español y marcó el inicio de su fin. Y Túpac Amaru, si
bien murió en el levantamiento, fue reconocido y tomado de ejemplo por los
pueblos de América en su lucha contra el colonialismo español.
Si comparamos lo anterior con lo que dicen las
clases dominantes de la guerra popular en el Perú, iniciada en 1980, y de los
revolucionarios que combatieron en ella, encontramos que no son simples
coincidencias, sino expresan la misma entraña reaccionaria y revelan, lo mismo
que las sentencias que les impusieron, objetivos similares.
La
imputación de terrorismo, desde inicios de la década de 1980 hasta hoy, contra
los que se han rebelado contra la opresión y explotación en el Perú, es un
traposo engendro que levantó el imperialismo norteamericano, con George Bush,
para combatir la revolución y los movimientos de liberación nacional, y para hacer
consentir sus genocidios imperialistas contra los pueblos del mundo y ocultar,
además, sus graves problemas económicos y políticos propios de su decadente y
moribundo sistema imperialista.
2) LA GUERRA DE BAJA INTENSIDAD
YLA“GUERRA CONTRA EL TERRORISMO”
Debido
a que las luchas revolucionarias del proletariado y de los movimientos de liberación
nacional lograron sucesivas victorias en el siglo XX, alcanzando su punto más
alto entre 1966 y 1976, el prestigio de las revoluciones y de los
revolucionarios fue grande. La sola mención de “guerrilleros”, “comunistas”,
“insurgencia comunista”, “subversivos comunistas” despertaban la identificación
de los pueblos con los revolucionarios y con los procesos de transformación que
llevaban adelante.
Luego
de la derrota del imperialismo norteamericano por el heroico pueblo de Vietnam,
y sacando lecciones de ella y de otras guerras, un grupo de oficiales,
analistas y políticos estadounidenses, bajo el gobierno de Ronald Reagan, en
1981, iniciaron el desarrollo de una estrategia global: la llamada guerra de
baja intensidad, GBI, para combatir a los gobiernos contrarios a los intereses
yanquis y, principalmente, a los movimientos revolucionarios emergentes. Debido
a que el pueblo norteamericano estuvo en contra de la intervención en Vietnam,
y de que este fue un hecho que contribuyó a tal derrota, la GBI la concibieron
de manera que fuera capaz de embaucar al pueblo norteamericano, para que apoye
el accionar contrarrevolucionario y las guerras de agresión del imperialismo,
para que apoye los mecanismos de presión económica, política, social y
psicológica contra los pueblos que se rebelan. Por tanto, buscaban y buscan
tener el aval del pueblo para las guerras contrasubversivas genocidas del
imperialismo y de los regímenes reaccionarios a su servicio. De esta manera, Ronald Reagan fue el propulsor de combatir
la revolución como “guerra contra el terrorismo”, y los revolucionarios y
comunistas fueron calificados de terroristas, mientras el imperialismo
desarrolló una feroz agresión terrorista contra los pueblos y naciones
oprimidas del mundo, sembrando a su paso cientos de miles de muertos.
A
fin de cuentas, la GBI no fue más que una forma nueva de llamar a la guerra no convencional, a la guerra contrasubversiva, desenvuelta dentro
de la contienda por la hegemonía mundial entre
las dos superpotencias, EEUU y URSS.De ahí la importancia que tenía para EEUU mover a
la opinión pública para conseguir apoyo a su “guerra contra el terrorismo”.
En
1984, el secretario de Estado norteamericano, George Shultz, se refirió al
“terrorismo” en los siguientes términos: “Lo que en un momento dado podía
aparecer como acciones violentas, insensatas y efectuadas al azar por algunos
individuos marginales, aparece ahora de manera más clara. Nos dimos cuenta de
que el terrorismo es ante todo una forma de violencia. En todas partes está
dirigido ampliamente contra nosotros, las democracias, contra nuestros valores
más sagrados y contra nuestros intereses estratégicos fundamentales”. Más claro
ni el agua.
Así,
el imperialismo norteamericano acuñó una nueva definición de terrorismo.
Definición que incluyó como actos “terroristas” a las luchas revolucionarias y
a las guerras de liberación nacional. De esta manera, y de tanto insistir, la “guerra contra el terrorismo” se
impuso como bandera de las potencias imperialistas y de los reaccionarios. Y
después de la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la ex URSS, la
usaron principalmente para combatir la lucha de los pueblos y naciones oprimidas
del mundo, con el apoyo de la opinión pública, reflejando la contradicción
principal en el mundo: naciones oprimidas-imperialismo.
En
su “guerra contra el terrorismo”, el imperialismo norteamericano y los regímenes
reaccionarios a su servicio han realizado guerras contrarrevolucionarias bajo
una línea y política genocida, ocasionando cientos de miles de muertos,
sembrando, ellos sí, el terror en las tierras donde han metido y meten sus
sucias y ensangrentadas garras. Como ejemplos baste mencionar Nicaragua con los
“contras”, la agresión genocida de los sionistas contra el pueblo palestino, la
agresión de EEUU contra Irak y Siria, entre muchos otros.
Según
la concepción del imperialismo norteamericano, la GBI implicó diversos cambios
en la guerra contrasubversiva: en la prioridad otorgada a los objetivos de las
guerras de carácter limitado, de la economía de la fuerza y la redefinición de
la ofensiva en términos de iniciativa. En
general, estos cambios tienen el propósito de reducir el número de las bajas
militares norteamericanas. La raíz de esa valoración está en la gran cantidad
de soldados estadounidenses heridos, muertos, prisioneros o desaparecidos en
Vietnam, ya que esta fue la causa central por la que muchos ciudadanos
retiraron su apoyo a la guerra y creció un fuerte movimiento por la paz en
Estados Unidos. Este fue uno de los elementos políticos más importantes de la
derrota en Vietnam, razón por la cual los militares estadounidenses tomaron muy
en cuenta para la elaboración de la nueva estrategia.
Precisemos
solo algunos aspectos de la GBI que explican el porqué del cambio que introdujo
el imperialismo norteamericano en la denominación de las revoluciones por
“terrorismo”.
Uno
de los cuatro ejes de la guerra de baja intensidad es la contrainsurgencia: cuando en un país la guerra socaba el orden
social (como en el Perú de la década de 1980) o hay pe1igro o riesgo potencial.
Uno de los cuatro componentes “no militares” que se plantea la
contrainsurgencia son las operaciones psicológicas. Con
estas operaciones pretenden incrementar la moral de los aliados del imperialismo
y, por otro lado, minar la moral de
los revolucionarios y de quienes los apoyan. Por tanto, las
operaciones psicológicas tienen
en cuenta el grupo a quien va dirigido. Así, la imputación de “terrorismo” y de
“acciones terroristas” sirve a sus objetivos: en los insurrectos, lograr que se
pongan de lado del gobierno; en la población civil, pretender separarla de los
revolucionarios y ganar, conservar o fortalecer el apoyo de la población civil
al gobierno del país. Buscan que todos los apoyen en la lucha contrainsurgente:
los elementos neutrales, los grupos extranjeros de dentro y fuera del país.
Para esto distorsionan las actividades insurgentes (por ejemplo, “matan
campesinos”, “están ligados a los narcos”, etc.). Y buscan convencer a la
población de que la insurrección fracasará. Difunden una serie de mentiras para
ganar opinión pública; y propagandizan su acción opresora y genocida, así como
la delos regímenes a su servicio, como “defensa de la democracia”, “defensa de
los valores occidentales y cristianos”, etc.
Otro
eje es el “antiterrorismo”. Para
esto cambiaron la definición de terrorismo, como ya señalamos. De acuerdo a sus
necesidades la conciben como el uso ilegal de la fuerza y violencia o la
amenaza de su uso por
organizaciones revolucionarias en contra de individuos o propiedades con la
intención de coaccionar o intimidar a gobiernos o sociedades con frecuencia
“para fines ideológicos”. Dicen, también, que el terrorismo se ha convertido en
un arma que usan los Estados entre sí, es un arma de guerra que la usan los
“grupos ideologizados”. Por tanto, dicen, el terrorismo tiene que ser combatido
como una fuerza de guerra de baja intensidad; en consecuencia, pueden usar
todos los métodos usuales, particularmente intervenciones directas rápidas(como
las represalias en Libia y Siria),que es un acto al que dicen tener derecho,
pues, sostienen, los principios de la ONU deben interpretarse, y ellos, como “defensores
de la libertad y la democracia”, se irrogan el derecho y autoridad de
intervenir en un país que no es capaz de contener las acciones “terroristas”.
La
imputación de terrorismo a los revolucionarios sirve, pues, para justificar la
violencia de los imperialistas y de los Estados bajo su dominio presentándola
como “reacción” a la violencia del “terrorismo”. Y, asimismo, ocultan la
información sobre las torturas, desapariciones, genocidios, etc., del
terrorismo que ejecutan ellos, y las presentan como defensa dela “democracia”.
Así,
la “cruzada contra el terrorismo”, iniciada por Reagan, forma parte de la nueva
doctrina de intervención del imperialismo norteamericano contra la lucha de los
pueblos y naciones oprimidas; es la antigua contrainsurgencia que llevó a los
Estados Unidos a sus guerras de agresión, y que resurgió con su nueva denominación:
guerra de baja intensidad.
3) EL CASO DEL PERÚ: DE 1980 A
HOY
Visto
así, ¿qué nos puede extrañar que desde el inicio de la guerra popular en el
Perú las clases dominantes la hayan imputado de “terrorismo” y hayan acusado
con odio reaccionario a los guerrilleros de “terroristas”, “narcoterroristas”,
“banda de criminales”, para desprestigiarlos y tener un burdo pretexto para
aplicar su línea y política genocida? Así ha sido con el gobierno de Belaúnde y
así han proseguido en los de García y Fujimori.
El
PCP, desde el inicio de la guerra popular, develó la entraña de tales
acusaciones, como podemos ver en el documento Desarrollemos la guerra de guerrillas, de febrero de 1982:
¿Y cuál es la esencia política y militar del
gobierno ante las guerrillas? Es combatirlas como “terrorismo”; pero en esto,
la reacción peruana, su Estado y su gobierno belaundista no hacen sino seguir
el patrón establecido por su amo imperialista yanqui para combatir la lucha
armada. Es de todos conocido que Reagan, presidente de Estados Unidos, Haig, su
secretario de Relaciones Exteriores y sus secuaces tildan de “terrorismo” a las
guerras revolucionarias que hoy se libran en el mundo; con esto pretenden desprestigiar
la acción armada traficando con el justo rechazo de las masas al viejo
terrorismo individualista, anarquista e inconducente que los clásicos del
marxismo condenaran; pretenden aglutinar en nombre de la supuesta defensa de la
vida, la propiedad y la llamada “paz social”, soñando poner así a las masas de
su lado o por lo menos neutralizarlas.
De este modo llamar “terrorismo” a la lucha armada
no es sino una demagógica y reaccionaria posición del imperialismo yanqui; la
enarbola para oponerse a la revolución armada, buscando cubrirla con un manto
de desprestigio mientras monta la más sanguinaria represión y genocidio.
Y
así fue, al amparo de la legislación promulgada por el Estado peruano, desde la
primera “Ley antiterrorista”, el Decreto Ley 046 del gobierno de Belaúnde, que
define el “terrorismo” de manera similar a como lo hace el imperialismo en el
marco de la GBI. Mientras acusaban a los revolucionarios de terroristas, el
Estado peruano aplicaba una línea y política genocida para combatir la revolución.
Pretendiendo
aislar a la guerrilla de las masas, aplicó la política de “robar todo, quemar
todo y matar a todos”; las FFAA organizaron las rondas y “comités de
autodefensa” para enfrentar masas contra masas; aplicó un feroz genocidio que
llegó a desaparecer pueblos enteros, que sembró el territorio del Perú con
4,000 fosas con unos 15,000 sepultados clandestinamente después de torturar,
asesinar y hasta incinerarlos… El PCP jamás ha aplicado una política de
desapariciones, matanzas, torturas y violaciones sexuales, como imputan los
reaccionarios ahora, pero nunca podrán probar. Pero sí ha sido parte de la
política genocida del Estado peruano, como lo demuestran multitud de denuncias
y pruebas.
¿El Estado logró sus objetivos de aislar a la
guerrilla de las masas y de aplastar la guerra popular? No, pues la guerra
popular, demostrando su superioridad, probó ser capaz de enfrentar dicha
política genocida de grandes proporciones; no pudo ser frenada y siguió
desarrollándose más templada y creciente, extendiéndose por todo el territorio
nacional, construyendo la República Popular de Nueva Democracia en formación.
Los planes genocidas del Estado, aplicados por las FFAA, las FFPP y sus fuerzas
complementarias, fracasaron, y la guerra popular se desarrolló vigorosa hasta
alcanzar el equilibrio estratégico en 1990 y su punto más alto en julio de
1992. Así, la guerra popular llegó a constituirse en amenaza en el área de
dominio del imperialismo yanqui, por lo que este preparaba su intervención
armada en el Perú.
Pero la revolución fue descabezada y derrotada por
problemas de dirección política proletaria, y los objetivos de la guerra popular
no alcanzaron sus metas, pero quedó una riquísima experiencia, principalmente
positiva, que servirá a su futura emancipación y a la construcción del
socialismo. En estas circunstancias el PCP entró a una nueva etapa de lucha
política.
Producto de la guerra murieron unos 45,000
peruanos; el 75% de los cuales fueron por la política genocida del Estado peruano,
entre asesinados, secuestrados y desaparecidos por las FFAA, FFPP y fuerzas
complementarias (“rondas” y “comités de autodefensa”). Sin embargo, actualmente
se imputa al PCP de los supuestos 70,000 muertos que sobredimensionó la estatal
CVR, y se pretende imponer como “la verdad”.
Para esto, después de 25 años del término de la
guerra, el
Estado peruano y sus instituciones, con la comparsa de revisionistas y
oportunistas de toda ralea, pretenden negar que en el Perú hubo una guerra
popular, y siguen ocultando y falseando deliberadamente hechos, documentos y
cifras con el objetivo de imputar que el PCP es una organización terrorista y
genocida, incluso con mayor responsabilidad de muertes que las fuerzas
represivas del Estado. Y tan monumental mentira pretenden imponerla
repitiéndola miles de veces y por todos los medios a su disposición, aplicando
lo que el fascista Göebbels dijera: “Miente, miente, que algo queda”. Sueñan con desaparecer al PCP, con sepultar a
sus dirigentes en las prisiones, e imponer “la verdad” de los vencedores. Pero
la experiencia de la rebelión de Túpac Amaru, entre otras, nos da respuesta a
los sueños de los explotadores y opresores.
4) DEFENDER LA TRASCENDENCIA
HISTÓRICA DE LA GUERRA POPULAR
Por
todo ello, nos reafirmamos: en el Perú se desarrolló una guerra popular marxista-leninista-maoísta, pensamiento
gonzalo, una guerra de masas, principalmente campesinas, constituyéndose en el
más grande movimiento revolucionario de la historia peruana. Las masas la
apoyaron y se incorporaron resueltamente, entregando desde el mendrugo de pan
que se quitaban de la boca, hasta su preciosa sangre.
Se desarrolló basándose en los propios esfuerzos,
sin bastón de mando alguno, y con escasos medios. Guerra popular dirigida por
el Partido Comunista del Perú marxista-leninista-maoísta, pensamiento gonzalo,
y ha construido los tres instrumentos de la revolución: Partido militarizado,
Ejército Guerrillero Popular como ejército de nuevo tipo y un frente único como
nuevo Poder. Las limitaciones, excesos y errores cometidos, como los reconoció
el propio PCP, en modo alguno niegan la importancia de la guerra popular.
De acuerdo con las necesidades de la lucha política
actual, de la lucha por la solución política a los problemas derivados de la
guerra, amnistía general y reconciliación nacional, es una necesidad luchar por
que la auténtica verdad histórica de la guerra popular se abra paso y sirva al
futuro del pueblo en su lucha por la revolución socialista.
¡DEFENDER LA GUERRA POPULAR, EL MÁS GRANDE
MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO DE LA HISTORIA PERUANA!
¡POR
LA AUTÉNTICA VERDAD HISTÓRICA DE LA GUERRA POPULAR!
¡ABAJO
LA LÍNEA Y POLÍTICA GENOCIDA DEL ESTADO PERUANO!
¡SOLUCIÓN
POLÍTICA, AMNISTÍA GENERAL Y RECONCILIACIÓN NACIONAL!
Febrero
2018 Colectivo Trabajo