PERIODISTAS E INTELECTUALES SE PRONUNCIAN SOBRE MAUSOLEO

Periodistas e intelectuales de recta conciencia expresan sus opiniones acerca de esa ofensiva macartista e inquisitorial que pretende destruir la memoria y el lugar de reposo de los héroes de El Frontón, Lurigancho y Callao.


                                                    HILDEBRANT EN SUS 13


(...)
Colombia y Perú: qué triste comparación. Aquí la derecha más aturdida e ignorante, más arrogante y potencialmente criminal, arma un escándalo porque unos deudos entierran a sus muertos.
-¡Es que esos muertos eran terroristas!- clama la prensa rupestre.
¿Como? ¿No es que vuestro Dios, que ordenó tantas muertes, no hace distingos de cadáveres? ¿No es que la paz de los sepulcros merece un poco de respeto?

Basta que salga "Correo", el diario al que Alan García favoreció con una condonación cuantiosa de impuestos, con su alharaca de beata con armiño, para que los diarios de la concentración y las redes de la minusvalía intelectual lancen el grito de guerra: ¡Sendero nos ataca otra vez!.

(...) Si mañana dinamitamos el osario vertical que han erigido para enterrar a sus muertos, ¿a cuántos jóvenes queremos decirles que en la democracia no hay cabida para el disenso?.

(...) La derecha peruana es estúpida por herencia. En sus genes está la traición del primer Riva Agüero, la sumisión rastrera al Bolívar vivo y el odio ingrato al Bolívar muerto, la muerte de la confederación con Bolivia, el saqueo de Echenique, la fuga de Prado, la derrota de la guerra del salitre, la pérdida del trapecio amazónico, el militarismo picapedrero, la desigualdad como infortunio, la injusticia como ley de la naturaleza, la imposibilidad, en fin, de construir un proyecto nacional. Es la derecha más oscurantista de Latinoamérica.

Y esa derecha, que "El Comercio" y sus satélites expresan con voz cada vez más aflautada, pretende decirnos qué debemos hacer y a qué iras falsas debemos sumarnos. (...)

                                                                     ************

CONTRA LA HISTERIA

Por Juan Manuel Robles


Siempre logra causarme asombro la reacción del respetable ante alguna ceremonia de aquellos que, por la razón que fuera, se sienten ligados a Sendero Luminoso, fueron parte de sus filas o tienen algún senderista qué llorar. Me asombra que siempre surja un evidente choque o desconcierto, una indecisión que se transforma, rápido, en la impostura del odio. La ceremonia senderista, con sus velas amaneradas y sus cánticos de secta es respondida por la ceremonia no menos plástica de la indignación. ¿Indignación contra qué? Yo solía creer que esa explosión nacía de la memoria y la consciencia, una reacción tan humana como el acto de tocarse una cicatriz en el cuerpo, pero creo que con el tiempo se ha vuelto una rabia ciega contra el simple hecho de que esos señores existan. Solo así se explica que lo mismo se arme griterío por las reuniones de Movadef como por el hecho de que condenados salgan en libertad —¡al cumplir su pena!—, o porque simpatizantes de Sendero entierren a sus muertos. Es un espasmo emotivo. ¿Por qué siguen existiendo? ¿No los mataron a todos? ¿No los encerraron a en tumbas? ¡Humala, haga algo! ¡Kuczynski, despierte! ¡Destruyan el mausoleo terrorista ya!

Hace unos años, un conductor de TV le hacía una entrevista a una autoridad de Justicia, a raíz de la flexibilización carcelaria de subversivos sentenciados. El experto explicaba que no podían recortársele derechos a esos presos. El periodista levantó la ceja; cuestionó que tuvieran derecho, por ejemplo, a la visita conyugal. El experto, intrigado, preguntó qué problema había con eso. “Es que pueden reproducirse”, dijo el conductor, amagando una risita juguetona. Lo terrible es deducir que, tal vez, gran parte de la audiencia pensó lo mismo.

¿Será que ganar el conflicto armado —o habernos creído que lo ganamos— nos ha condenó a ser unos bullies, unos abusivos a tiempo completo dispuestos a reafirmar cosas por la fuerza bruta? La justificación es que no olvidamos lo que nos hicieron. Pero, si se fijan, la reacción pública se ensaña con frecuencia con aquellos que llevan 20 años sin tocar un arma, contra quienes pagaron con cárcel lo hecho e incluso declararon su arrepentimiento. De hecho, no existe la categoría de arrepentido o exmilitante. La prensa, que tanto etiqueta, no tiene un lugar para los ex. En vez de ayudar a dar un nuevo estatus, prefiere señalar al que ha pertenecido. “Haber pertenecido” es carta libre para estigmatizar y desautorizar “Haber pertenecido” puede, si le caes mal a alguien, dejarte sin trabajo.

A mí me da risa que esa misma gente hable con júbilo de la paz colombiana. Rafael Rey es la versión peruana del ridículo uribista —no quiere la paz porque “no se negocia con terroristas”—. Pero al menos es coherente. Porque, en lo que se refiere a la postconflicto peruano, la derecha “progre” —y parte de la izquierda “moderna”— ha pensado siempre igual que Rey: todo aquel que “formó parte” fue y será un terrorista por siempre. Por eso resulta tan estrambótico verlos sumarse al ballenato de las camisas blancas. O encontrar revistas empresariales peruanas recirculando un perfil de Timochenko cuando sería imposible que publicaran un texto que hablara, por ejemplo, de Wilfredo Saavedra, dirigente anti Conga, sin llamarlo “exterrorista”. Y ni pensar en algún artículo que relatara, por ejemplo, la dignidad de Víctor Polay cuando resistió a la treta corrupta de Fujimori. ¿Qué cosa? ¿Dignidad a un terruco? Estas personas no se dan cuenta de que procesos como el colombiano implican reconocerle un sitio al enemigo, aunque no dejemos de pensar que cometió actos criminales. En el Perú se ha vuelto inmoral escribir los nombres de cualquier miembro de Sendero o el MRTA sin que vaya la palabra “terrorista” al lado. A mí me parece bien que se recuerde a las personas lo que hicieron, no soy un negacionista. Pero cuando el señalamiento se vuelve fe ciega, reafirmación emocional con nula conciencia histórica —cuando lo mismo señala a mandos militares y a colaboradores—, me da cosa: me recuerda justamente a esos fanáticos vestidos de negro.

En Colombia muchas personas sostienen que las FARC son una banda terrorista. Tienen sus razones. Al margen de distinciones técnicas —para la Unión Europea son terroristas desde el 2002, solo ahora estarían por dejar de serlo—, su historial incluye secuestros inhumanos, emboscadas arteras, colegios derrumbados, muertes de civiles. En Colombia hay muchos que apuestan por el Sí y al mismo tiempo están convencidos de que los rebeldes usaron el terrorismo como método. ¿Por qué no se ha oído el epíteto en estos días? Porque hay momentos en que ya no tiene mucho sentido machacar tal categorización. Porque no ayuda al proceso, porque, así como en determinados instantes decidimos deponer las armas, en otros es preciso retirar los adjetivos de guerra.

Kuczynski quedó en un ángulo central de la toma en la transmisión de la firma de la paz en Colombia. Curiosamente, unos días antes había dicho que el mausoleo senderista debía “desaparecer”. Por un instante, me recordó al triste señor que bailó con Keiko Fujimori. Qué poca estatura y qué poca visión.

Porque tolerancia no es solo una muestra de humanidad: es también estrategia. En Colombia, deudos directos admiten que negociado en La Habana lleva a una justicia imperfecta. Habrá asesinos que jamás pagarán sus culpas. Y aún así ven con esperanza el proceso y votarán por el Sí. Nosotros, en el Perú, nos jactamos haber sido implacables, de no nunca habernos sentado a pactar. Me pregunto si esto en lo que terminamos —tipos con ganas de prohibir al enemigo enterrar a sus muertos— es nuestra versión de la justicia perfecta. ¿No es curioso? Les hicimos pagar sus crímenes pero actuamos obsesivamente como si hasta ahora nos debieran algo. El chico que honra la memoria de su padre senderista no es un terrorista; de hecho, llamarlo terrorista es un delito. ¿Qué pasa con ese chico si, como quieren tantos, viene la aplanadora y hace trizas el centro ceremonial? Pues habremos sembrado odio. Si, como sospecho, mucha gente piensa que demostraciones como esa nos harán más fuertes, creo que estamos en peligro.
La memoria histórica no tiene como función transmitir la rabia, por más que esa rabia sea justa. La memoria histórica sirve para conocer unos hechos, saber de qué fuimos capaces, y tener una idea de cómo actuar. Es narrativa emocional pero su fin es hacernos más sensatos. Usarla para la histeria iconográfica es banalizarla. No digo que sea fácil la empatía y la sensatez pero creo que podemos empezar por evitar llamar “mausoleo terrorista” a esos nichos. Si no podemos contenernos en este caso, imagínense cómo vamos lidiar con el hecho de encontrarnos —en el bus, en el parque, en el supermercado— con los encarcelados que están por salir.


                                                                                        *********

Novelista y crítico literario José Carlos Yrigoyen:


Esta mañana mientras iba al trabajo escuché a Phillip Butters llamando "primos hermanos de los terroristas" a la gente del Frente Amplio y cómo los oyentes que llamaban le daban la razón. Luego en la tarde, regresando del trabajo, escucho cómo Colombia recupera la paz luego de una civilizada negociación con la guerrilla y que las encuestas afirman que el Sí barrerá en el referéndum.

Conclusión: nada bueno se puede esperar de un país que es incapaz de perdonarse.

Comentarios